De celuloide e hilo: El eterno vínculo entre moda y cine

De celuloide e hilo: El eterno vínculo entre moda y cine

—¡No hay nada como un Chanel para sentirse respetable!…
—…¿Y el Chanel este es auténtico?
—¡No mujer! ¿Cómo voy a gastarme medio millón en un Chanel auténtico con la de hambre que hay en el mundo?

Espeta en uno de los diálogos de los primeros veintiocho minutos de Todo sobre mi madre la transexual Agrado, interpretada por Antonia de San Juan, al personaje de Cecilia Roth, Manuela, cuando ambas caminan por el casco antiguo de Barcelona en la cinta de 1999 del celebérrimo autor manchego Pedro Almodóvar.

Una cita así bien podría ser el argumento perfecto para dibujar la fascinación que tanto el séptimo arte como la moda se profesan el uno por la otra. Fue precisamente Almodóvar quien allanó el camino a las colaboraciones entre grandes creativos de la industria de la moda y la cinematografía, por medio de vestuarios que celebran los mundos de estéticas muy personales que directores como el español o Wes Anderson han hecho su sello distintivo.

Mucho antes de su afamada participación en El quinto elemento (1997) de Luc Besson, el enfant terrible e icono de la moda francesa Jean Paul Gaultier ya había ensartado el hilo en la aguja para crear los vestuarios de cintas como la comedia negra del británico Peter Greenaway The cook, the thief, his wife and her lover de 1989, la cual marcó su debut en este rubro; La cité des enfants perdues de Jean Pierre Jeunet y un año antes, en 1994, sellaba su “romance” con el universo almodovariano al convertirse en uno de sus fieles colaboradores con su participación en Kika, a la cual siguieron La mala educación (2004) donde se encargó de travestir a Gael García Bernal y la última con La piel que habito en 2011.

El francés nunca ha negado el eterno vínculo que lo une al cine; la rebeldía, la ruptura con la tradición y lo novedoso son características que ansía ver reflejadas en cineastas como Almodóvar y otros tantos con los cuales ha colaborado, y que también representan la esencia misma de su firma.

Cuando en 2012 se le invitó a participar como jurado de la selección oficial del Festival de Cannes (hasta el momento la única personalidad ligada a este ámbito retribuida con el honor) declaró a la prensa que el filme de 1944 del director Jacques Becker, Falbalas, fue decisivo cuando eligió dedicarse a la moda, y eso tiene un sentido de verdadero amor al cine.

Siguiendo el camino de los iconoclastas, el difunto Alexander McQueen fue quizás unos de los diseñadores más cinematográficos. Además de las aves
o la literatura gótica del siglo XIX, el inglés referenció una y mil veces títulos clásicos de los géneros del thriller y el terror como The Birds y The man who knew too much del venerado Alfred Hitchcock.

Caso especial merece su presentación de otoño-invierno 1999 la cual recreaba un paisaje níveo con las modelos atrapadas dentro de un cubo de cristal y la colección bautizada descaradamente como The Overlook, en un guiño a aquel hotel donde se desarrollaban los escalofriantes hechos de la cinta protagonizada por Jack Nicholson, El Resplandor, del igualmente veneradísimo Stanley Kubrick.

Ya que nos apoyamos en las historias macabras del género, resulta curioso el caso de uno de los filmes considerados de culto en este ámbito, el que más veces ha sido mencionado como fuente de inspiración para los diseñadores, de Nicolas Ghesquière en Vuitton a Joseph Altuzarra y el Rodarte de las hermanas Mulleavy; se trata de la película de 1977 Suspiria, la primera de una trilogía basada en el mito de las Tres Madres creadas por Dario Argento dentro del subgénero conocido como cinema gialo, caracterizado por el estridentismo visual de las tonalidades usadas en la pantalla y las dosis justas de gore.

Ante todo esto, muchos cuestionarán las verdaderas repercusiones y ventajas que supone la idílica relación que se teje entre ambas expresiones.

El cine se ha afanado en retratar partes de este mundillo como algo digno de ser llevado a la gran pantalla, el resultado: productos como los biopics, documentales o mini films donde se presentan hechos de la vida de personajes tan trascendentales e influyentes para este rubro como lo fueron Coco Chanel, Halston, McQueen, Franca Sozzani o Yves Saint Laurent, este último poseedor de dos muy controvertidas biografías llevadas a las salas por los franceses Jalil Lespert y Bertrand Bonello en 2014.

Por el lado de la moda podemos percibir un verdadero pacto comercial cuando grandes modistos hipnotizados por el encanto de estrellas del celuloide y ansiosos por mostrar sus creaciones han echado mano del cine como escaparate; tanto la alfombra roja como el plató han sido fundamentales a la hora de aumentar la leyenda que pesa sobre estas estrellas.

Ese fue el caso de Audrey Hepburn y su idilio (sumamente explotado) con el aristocrático discípulo de Balenciaga Hubert de Givenchy, quien no solo produjo el vestido con el cual la actriz de los “ojos de cervatillo” recibió su Oscar por Roman Holiday, también accedió a vestirla en sus protagónicos en Sabrina (1954), Funny face (1957) y el quizá caso más famoso de todos, la imagen de Holly Golightly mirando el escaparate en Breakfast at Tiffany’s de 1961.

Todo ello, pese a la nada oculta repulsión que el modisto sentía por la “reina del vestuario” en el Hollywood de aquella época, Edith Head, profundizada cuando aquella se alzó con el Oscar por Sabrina aún cuando los modelos más reconocidos en el filme llevaban la huella de Givenchy.

El cine para la moda también ha representado un status desde donde alardear como impulsora del arte, un medio para llegar a las masas y para perpetuar su imagen.

Es así como surgen casos como el de Prada, quien no solo ha aceptado colaborar en dar vida a las excéntricas fantasías en forma de ropa de algún filme de Wes Anderson, o el desenfrenado encanto art decó de un atuendo flapper en la segunda adaptación de El gran Gatsby a cargo de Baz Luhrman: a través de su Fondazione ha ejercido como mecenas en uno de os últimos proyectos cinematográficos de Alejandro González Iñárritu y Emmanuel Lubezki, Carne y arena, un producto de realidad virtual sobre el fenómeno de la migración que fue montado en Cannes y Ciudad de México.

Siguiendo los pasos de “la hermana mayor”, Miu Miu fundó en 2011 un espacio de creación cinematográfica denominado Women’s Tales, donde se invita a personalidades consolidadas o promesas noveles a ejercer su espíritu creativo en historias con la marca como protagonista absoluta, presentadas cada año en una sección propia dentro del marco de la Mostra de Venecia, de entre las cuales destacan las realizadas bajo la mirada de la argentina Lucrecia Martel o la más joven de la dinastía Coppola, Gia.

Sumados a este fenómeno, acrecentado por el surgimiento del fashion film como recurso de posicionamiento mediante el storytelling, están los casos del polifacético “káiser” Karl Lagerfeld quien bajo la dirección de cámara concibió piezas cinematográficas únicas que acompañaron las presentaciones de sus colecciones Crucero y Prefall desde el 2011, y para las cuales convocó a las actrices Ana Mouglalis, Keira Knightley o Geraldine Chaplin, hija de la leyenda Charlie Chaplin.

Otros directores creativos y casas de moda han optado por que estas visiones sean realizadas bajo la dirección de los nombres más prominentes en el panorama del cine actual, Roman Polanski en Prada, Luca Guadagnino en Valentino y la última de Wim Wenders con Salvatore Ferragamo.

El caso del cineasta iniciador de “la nueva ola del cine alemán” resulta interesante, reconocido por sus historias enigmáticas y la forma en la que plasma sus escenarios nadie se imaginaría que las vestimentas de sus protagonistas hicieran eco en las estéticas actuales dictadas por la moda.

El caso de su laureada Paris, Texas (1984) resulta excepcional cuando uno puede ver recreada la para ese entonces nada deseable imagen de Travis Henderson, interpretado por Harry Dean Stanton, deambulando por el desierto texano con un traje desaliñado, gorra roja de béisbol y sandalias, en las propuestas de los hermanos Gvasalia en Balenciaga y Vetements, o en u caso convertida en fantasía del Saint Laurent de Vaccarello aquella esencia que se debatía entre lo naïf y la provocación, desprendidas por el personaje de Nastassja Kinski en aquel suéter rosa de espalda descubierta que la hizo mundialmente reconocida.

Hay quienes desde el cine se sumergen en ámbitos menos mundanos a los de Wenders: la figurinista Jacqueline Durran ha referido en sus colaboraciones para el cine de época de Joe Wright la obra de los grandes modistos del siglo XX, Dior, Fath y Balenciaga (el de Cristóbal) en Anna Karenina y a Vionnet y Lanvin en Expiación, algo curioso ya que según vituperan las lenguas más versadas en historia de la moda fue el vestuarista Walter Plunkett, encargado de esa sección en el clásico de Victor Fleming Lo que el viento se llevó (1936) quien con su reinvención de las siluetas de mediados del siglo XIX en un juego de volúmenes, escotes barco y tocados asimétricos prescribió las tendencias de las décadas que sucedieron al filme, incluido el New look de monsieur Dior.

Volviendo a Durran, quien precisamente en Expiación fue la artífice de una leyenda que a día de hoy permanece en el imaginario colectivo, el vestido de seda verde y silueta lencera portado por Keira Knightley en las escenas detonantes de todo lo funesto en el filme, el cual tras ser elegido en 2008 por la edición británica de In Style y el sitio web Sky Movies como “el vestido más influyente de la historia del cine” (muy por encima de todos los demás usados por Audrey, Dietrich o Marilyn Monroe) ha sido recreado en su versión low cost en miras de ser el último éxito veraniego súper ventas del gigante del fast fashion Zara y eso ya es mucho que decir, pues para todos aquellos puristas que intentan negarlo la relación del cine y la moda permanece vigente y con intenciones ser perpetua.

Jorge Fernando de los Santos es colaborador de TALLER y miembro de la comunidad estudiantil en el Diplomado en e-commerce, influencer y marketing digital para la industria de la moda.