HAUTE-COUTURE ¿EL MEJOR INVENTO DE LA MODA FRANCESA?

HAUTE-COUTURE ¿EL MEJOR INVENTO DE LA MODA FRANCESA?

La haute-couture o alta costura ha sobrevivido como una de las formas de producir prendas propia de la moda francesa, además de ser un elemento importante en la construcción de la mitología en torno a la moda.

Si abordamos la cuestión de las denominaciones de origen y los productos que enorgullecen a una nación es innegable que tanto chinos como japoneses representan los principales desarrolladores de tecnología en el mundo actual, si recorremos el pasado, antaño los ingleses destacaron por sus destilados y bebidas espirituosas, los alemanes por sus automóviles y los italianos por sus inmensas aportaciones a la historia del arte, siendo Italia el núcleo donde emergieron numerosas corrientes y artistas de renombre para la humanidad. Al atravesar los Alpes, hacia el norte, nos encontramos con Francia y su vínculo eterno con un producto por el cual ha alcanzado el reconocimiento mundial, la moda.

Y es que aunque hoy la moda se genera en cualquier latitud, emergiendo de diversos grupos, urbes y culturas, en Francia la moda es lo que a China la producción masiva y tecnológica, es un motivo de orgullo y su mejor denominación de origen, quizá más que los espirituosos producidos en Champagne y Auvergne.

Pero si nos enfocamos en la denominación de origen, la moda que identifica a Francia por encima de los otros núcleos históricos de esta industria que llegaron a arrebatarle el podio como Inglaterra, Italia o los Estados Unidos, la propuesta francesa se afinca en la exquisitez de la confección y en una distinguida tradición del saber-hacer artesanal denominada la “Haute-Couture”, o lo que los anglófonos denominan “high-fashion” y nosotros traducimos literalmente como “Alta costura”, una suerte de invento estilístico puramente francés que sigue produciéndose en el país galo y representa las cotas más altas de la vestimenta de lujo.

Para entender la importancia de la “Haute-Couture” como un producto con denominación de origen basta con conocer la misión de la Chambre Syndicale de la Haute Couture, hoy llamada la Fédération de la Haute Couture et de la Mode, el órgano que desde hace 154 años se encarga de regular la producción de la moda de alta costura: “la Fédération…reúne marcas de moda que favorecen la creación y desarrollo… su objetivo es promover la cultura de la moda francesa, donde la creación juega un papel principal al combinar el saber-hacer tradicional y las tecnologías contemporáneas. Contribuye a consolidar el papel de París como capital mundial de la moda”.

Con esos objetivos tan afianzados no es difícil imaginar que la alta costura es un asunto que escala lo gubernamental, con el gobierno fortaleciendo una serie de regulaciones y reglamentos que impiden a cualquier modista o diseñador abrazar la denominación haute-couture en su trabajo por mucha formación de couturier que tenga. 

Con los años el club de la Fédération se ha ido haciendo más exclusivo, en parte porque la producción de este tipo de moda se trata más de una cuestión de estatus para varias marcas que una verdadera derrama económica, con un espectro de buyer persona demasiado acotado a ciertas latitudes, según datos del propio órgano regulador recogidos por medios especializados, los principales mercados se encuentran entre una joven élite económica del Medio Oriente, China, Rusia, Japón y los Estados Unidos.

Volviendo a los detalles que hacen de la alta costura un producto eminentemente francés está la parte crucial que representa  toda la maquinaria desarrollada en torno a su producción, que muy poco ha cambiado desde hace cuatro siglos, dando preponderancia a las labores manuales. Desde el siglo XVIII cuando los artesanos de la confección burgueses comenzaron a agruparse en gremios, sobre todo en París, transformada desde ese entonces en el foco irradiador de moda y tendencia, comenzaron a especializarse en una serie de saberes que representaban una cadena para la confección de un “vêtement”, fue así como surgieron los maestros bordadores, plumajeros, plisadores, orfebres y todos aquellos oficios encaminados a ornamentar la exuberante vestimenta de la época.

Hasta el día de hoy, la labor de estos gremios de maestros artesanos ha sido preservada con ahínco gracias a la supervivencia de la alta costura, a los esfuerzos del gobierno francés por salvaguardar su patrimonio cultural y a acciones como las de la Maison Chanel, que desde el 2002 bajo la batuta de Karl Lagerfeld se propuso ejercer un mecenazgo proteccionista hacia nueve casas y talleres de tradición, que cada año celebra a través de su desfile pre-fall titulado “Métiers d´art”, un despliegue del allure puro de la maison y los conocimientos en que cada taller destaca, desde los bordados de Lesage y Montex, la ornamentación con plumas de Lemarié, la orfebrería de Goosens y Desrues, los plisados textiles de Lognon y los complementos como el zapatero Massaro y la sombrerería Maison Michel, un festejo de espíritu francés.

Pese a las vicisitudes de producir alta costura, que conllevan fuertes apuestas monetarias, su participación casi ininterrumpida dentro de un calendario propio y ajeno a los del ready-to-wear en París, o la inclusión de nuevos talentos y el regreso de casas históricas como Balenciaga en 2021 tras su receso de cincuenta años, dan cuenta de su poderío e influencia.

Hace casi cincuenta años, la prensa especializada, en pleno auge del prêt-à-porter y con maisons de costura echando el cierre, Yves Saint Laurent presentaba su colección “Opéras-Ballets Russes” que aquellos definieron como la “colección que devolvió a la alta costura la capacidad de hacer soñar a la gente”, quizás es por esa capacidad, que la haute-couture ha sobrevivido, aún cuando sólo trece casas tienen plenos derechos de producir bajo esa denominación de origen.

La haute-couture es el elemento que ha ayudado a construir y asentar la llamada mitología de la moda, ese conjunto de narrativas que han ayudado a generar el deseo, ensoñación y fantasía atribuible a la moda y su estética decantada por la belleza y el artificio.

Habrá que observar en los siguientes años si las inventivas y redefiniciones de un nuevo lujo, como lo ha planteado Demna Gvasalia en Balenciaga surten un efecto en la configuración de la alta costura francesa, si estará encaminada a una supervivencia con límites bien delimitados o si se permite una evolución amoldada a los nuevos tiempos, a la era de la sostenibilidad, como el caso de la holandesa Iris Van Herpen manteniendo vivo el espíritu exclusivo de este ámbito pero con transformaciones en su técnica y forma de producir, impresión 3D e incorporación de materiales eco. Será cuestión de esperar, sin embargo la alta costura pervivirá como el mejor invento de la moda francesa.