CHINA: MAGNETISMO, FASCINACIÓN Y DEVOCIÓN POR LA MODA OCCIDENTAL

CHINA: MAGNETISMO, FASCINACIÓN Y DEVOCIÓN POR LA MODA OCCIDENTAL

Un magnetismo inexplicable, sería la definición correcta para aquel sentimiento o relación que por siglos han producido y entablado Occidente y la lejana China, ¿Qué lo produce?, es un cuestionamiento tan arcaico como la milenaria cultura y nación asiática, si tomamos en cuenta que ya desde el año 1600 a.C. había comenzado a desarrollar lazos comerciales con otros puntos del orbe. 

Aunque hermético y receloso de su tradición, el gran imperio devenido en república socialista y hoy en la segunda potencia económica, guarda una estrecha relación con el mundo occidental, antes ajeno, visto y recibido con precaución, tanto que hoy ha dado lugar a  tal apertura hacia las formas que antes le habían producido cautela, que parecen haberse homogeneizado y dar la ilusión que China es más occidental que occidente mismo, claro, sin perder esa fuerte identidad que la ha hecho tan rica.

Fascinación sería la segunda acepción para definir ese idilio, tanto del lado de aquellos viajeros que hace siglos se abrieron paso hasta la mítica Catay para obtener los preciados y exóticos tesoros tan reputados en Europa, como de parte de la nación asiática. Aunque China no cerró del todo sus puertas hacia el comercio con los europeos,  sí actuó con recato y sigilo, sobre todo para preservar formas y costumbres antiquísimas y defender su identidad del ansia colonizadora blanca, ¡Vaya paradoja!, pues el rostro actual de China, en pleno 2021, asume esa fascinación sin tapujos, aunque es bien cierto que el nacionalismo no ha desaparecido del todo, hasta se ha reforzado.

De entre todas esas formas de fascinación que los chinos profesan por Occidente, la moda y el lujo son los aspectos que rotundamente más les han conquistado, no por nada sus ciudadanos (pese a tratarse del mismo origen geográfico del virus SARS COV 2 que desencadenó una pandemia moderna), han aportado con sus 50.000 yuanes anuales per cápita el nada desdeñable 40% de las ventas totales de 2021 de ese sector, cifra que representó el oxígeno suficiente para una industria colapsada por la misma crisis sanitaria que sumió en muerte y parones económicos a medio mundo.

De entre todas esas formas de fascinación que los chinos profesan por Occidente, la moda y el lujo son los aspectos que rotundamente más les han conquistado, no por nada sus ciudadanos han aportado con sus 50.000 yuanes anuales per cápita el nada desdeñable 40% de las ventas totales de 2021 de ese sector

Estos clientes fueron quienes fundaron per se la noción del “shopping travel”, que hacía de las principales capitales de la moda y arterias como Champs-Élysées, Old Bond Street, Vía Montenapoleone o la Quinta Avenida, un hervidero de seres “trendys”  que de por sí ya llevaban puestos miles de euros, libras o dólares en accesorios, prendas y zapatos,  sumados al valor de las etiquetas de aquellos depositados en las bolsas y cajas de papel que llevaban colgando de los antebrazos. Tal espectáculo podría equipararse con un fervor quasi religioso, pues para los consumidores chinos la moda occidental es una doctrina, una religión.

Ese fervor por los productos de lujo y la moda procedentes de occidente resulta increíble si se toma en cuenta el caso de China dentro del panorama sociopolítico actual, es estólido por diversos motivos, uno por su modelo gubernamental basado en el comunismo soviético que por años sumió al país en un autoritarismo y aislamiento de Occidente y viceversa, Occidente veía con desdén al “gigante dormido”, el del vasto y populoso territorio, hasta que despertó; segundo, que ese mismo gobierno, el cual ha tratado de mantener las estructuras socialistas intactas, las haya “flexibilizado” hasta hacer de China cuna de empresas multimillonarias y principal polo de atracción para la moda de lujo occidental

Aunque Xin Jinping, en camino a su tercer periodo como cabeza de la República Popular, ha hecho saltar las alarmas para empresarios e inversionistas en no pocas ocasiones,  la bonanza económica del país y sus modelos progresistas más bien han alimentado el deseo de sus ciudadanos por la moda y el lujo. 500.200 millones de yuanes tan sólo entre junio de 2020 y junio del 2021 según Vogue Business representaron las compras en ese país,  un efecto que no sólo se afinca en sus clases pujantes sino también ha comenzado a atraer a las capas medias y a los más jóvenes como potenciales consumidores, este último sector representó el pasado año el 20% del consumo en ese país, mientras las estadísticas muestran que un consumidor chino tiene su primer acto de compra en la moda de alta gama en promedio a los 20 años, un punto muy importante a considerar.

Pese a que el milagro económico chino se ha desarrollado a la velocidad de la luz, fue hace unos 20 años atrás cuando el país fue colocado en el radar de las empresas y la industria de la moda para considerarse relevante como mercado y como exportador de tendencias. Si pudiera otorgarse el título de sacerdotisa del culto fervoroso que sus connacionales profesan por la moda y en parte artífice de ese milagro, el título recaería orgulloso en Angelica Cheung, quien hasta noviembre de 2020 se hallaba entronizada como editora y fundadora de Vogue China, feudo que le perteneció por 15 años y terminó dada la serie de cambios experimentados en Condé Nast, su matriz, mientras Angelica se ha desarrollado como consultora para firmas como Zegna o Sequoia en lo que respecta al mercado asiático. 

La misma editora, reconocible como un reflejo de Anna Wintour y por su bob asimétrico, declaró alguna vez lo problemático en un inicio que le resultó traer y desarrollar el sello editorial en su país, no por ser imposible, sino porque la industria se negaba rotundamente en hacer de China un referente, a ojos de los fashionistas occidentales, el país de Confucio no era para nada cool, o como Cheung argumentaba “creían que era un país lleno de campesinos con dinero nuevo”, Cheung les propinó un baño de agua fría, al tiempo que el “gigante asiático” despertaba. 

la industria se negaba rotundamente en hacer de China un referente, a ojos de los fashionistas occidentales el país de Confucio no era para nada cool, o como Cheung argumentaba “creían que era un país lleno de campesinos con dinero nuevo”

No sólo fue la encargada de abrir terreno hacia nuevos consumidores, fue un lavado de imagen como nación subdesarrollada y como la gran maquiladora de Occidente, una especie de patio trasero, que el país poseía. A esa revolución estética también se debe que actualmente se exporten talentos y sus creativos cada vez propongan más en el panorama de la moda actual, que nombres como los de Angel Chen, Guo Pei, Yinqing Yin, Shan Peng o Huishan Zhang hagan eco en la sobremesa de las conversaciones de la industria y sean artífices de propuestas innovadoras.

Pese a poseer una faceta realmente bonita que avista a occidente, es bien cierto que la potencia económica que es China todavía se enfrenta a numeroso retos ligados a la moda y lujo como lo son una mayor inserción sobre el tema ecológico y la sustentabilidad, así como un profundo acto de conciencia sobre los modelos de producción y la ética y justicia laboral, que casos actuales como el de la etnia uigur del noroccidente, al parecer esclavizada en los campos algodoneros de Xinjiang que proveen el 80% de esta fibra utilizada en el mundo, hacen que el consumidor promedio todavía ejerza juicios de valor sobre lo producido y concebido en China, aunque está claro que su poderío e influencia están más afianzados que nunca.