¿Cómo responde la moda a la nueva masculinidad?

¿Cómo responde la moda a la nueva masculinidad?

Para nadie es desconocido que en  los últimos años de la segunda década del siglo XXI ha comenzado a gestarse con gran ímpetu entre los hombres una preocupación mayor por cuestionar, replantear y desmantelar las añejas definiciones, atributos y conductas en torno a “lo que un hombre debe ser”, en un intento por desechar los cánones que durante siglos se han constituido como el espectro definitorio de la masculinidad, convirtiéndose en un debate llevado a la esfera pública para infiltrarse en cada aspecto y ámbito de la cotidianidad en donde nos desenvolvemos, la moda entre ellos por supuesto.

El HOMBRE NUEVO, el hombre del siglo XXI, ese que ya se concibe como un modelo para la generación Millennial y Z,  se presenta como aquel que abraza con confianza y seguridad su lado femenino, hace más endebles las barreras entre ambos géneros, cuestiona y se halla en comunión con aspectos y conductas que antes estaban vetados o eran tabú. Esto rememora a las filosofías orientales que con antiquísima sabiduría concebían la dualidad entre lo femenino y lo masculino como el equilibrio cósmico perfecto; sin embargo, tal parece que conforme la sociedad occidental se fue encaminando más a la modernidad, las divisiones genéricas en todos los aspectos fueron acentuándose. 

Tan pronto como estas divisiones genéricas se encarnaron en la sociedad fue en la moda, la indumentaria, donde está categorización se hizo más visible. Por años se nos enseñó que el rosa, los brillos, las ropas demasiado recargadas o demasiado ajustadas, lo muy llamativo o aquellas prendas que no proyectaran esa imagen de fortaleza e impenetrabilidad estaban vetadas del armario masculino, ni qué mencionar del maquillaje o siquiera mostrar un diminuto interés en el cuidado del rostro: “la vanidad es cosa de mujeres” pues el hombre debía ser “feo, fuerte y formal”.

Dada esta nueva configuración del modelo de masculinidad, resultaba probable que la moda fuera una de las expresiones e industrias que abanderaran este cambio, incluso se podría decir que comenzó a gestarlo. Resulta paradójico y curioso como elementos que antaño poseían y reflejaban los atributos deseables sobre la masculinidad fueron completamente desterrados al espectro femenino. 

El tacón, un invento persa del siglo X, que más tarde fue importado por estos a Europa en el siglo XVII y popularizado rotundamente entre los cortesanos del Versalles de Luis XIV, “le roi soleil” con los archiconocidos tacones rojos,  poseía símbolos de virilidad, poder, riqueza y superioridad; popular en la época del decadente rococó eran también las pelucas y el maquillaje pálido, lunares falsos y carmín en labios y mejillas, así como en la antigüedad el kohl lo fue para remarcar los ojos de hombres y mujeres en Egipto o los polvos de arroz lo fueron en el lejano oriente. 

Con el advenimiento de la Revolución Francesa y en un intento por extirpar las costumbres y hábitos del viejo orden aristocrático, estos elementos fueron haciéndose menos populares hasta soterrarse un siglo después con la aparición del dandy decimonónico que trajo consigo una nueva concepción del imaginario masculino.

En los años 70 fue David Bowie quien comenzó a “desestabilizar” los cimientos de la masculinidad añeja, a escandalizar. Después vinieron una serie de iconoclastas que asumieron el reto de reconfigurar el tema del género en la moda; sin embargo, la actual revolución tiene rostro y nombre: Alessandro Michele.

La colección debut del creativo romano en Gucci para el otoño-invierno 2015/2016 ha sido un parteaguas por muchas razones, primero por lo que medios como GQ han definido como “un sismo y una revuelta sin precedentes en el menswear de lujo” o como “el iniciador de la era genderless en la moda”, y es que las memorables 37 propuestas inauguraban la nueva estética masculina tomando prestados elementos del armario femenino. 

El cast de modelos presentaba un ejército de raras-avis, hombres de aspecto lánguido, andrógino y común frente a la imagen y el ideal aspiracionista del hombre hipermasculinizado, de bíceps y abdomen marcado, mandíbula y sonrisa perfecta que fue el común cuando David Gandy o Mark Vanderloo dominaron las pasarelas.

Con ello se allanaba el terreno para la aparición de nuevos iconos de estilo y abanderados del nuevo ideal masculino, Harry Styles, Ezra Miller o Timotheé Chalamet, que en el caso del primero lograba la histórica portada en solitario de Vogue usando un vestido o popularizaban el uso aceptado y cada vez más común de la laca para uñas y el maquillaje entre los hombres. 

Si antes la vanidad y los cuidados se eufemizaban bajo las etiquetas del grooming o las denominaciones pour homme, for men, o uomo, hoy el sitio Vogue Business augura el auge en el mercado de la belleza sobre todo entre los consumidores masculinos que se ha acrecentado por la pandemia y que optan cada vez más por los sellos unisex o sin género, en lo que definitivamente se percibe como una auténtica revolución.

Es peligroso definir la era del nuevo hombre como una mera tendencia, como todas aquellas que salen de la pasarela para su consumo y desecho; lo que inauguró Alessandro Michele en el 2015 es más bien un paradigma que llegó para quedarse.

Jorge Fernando de los Santos es colaborador de TALLER y miembro de la comunidad estudiantil en el Diplomado en e-commerce, influencer y marketing digital para la industria de la moda.