DE ITALIA AL MUNDO: ¿CÓMO EVOLUCIONA UNA CAPITAL DEL LUJO?
Alguna vez Karl Lagerfeld declaró que en el panorama de la industria de la moda de la década de 1970 “lo que se producía en Milán era mucho más interesante” que lo irradiado de las otras urbes consideradas capitales de la moda. Afincado como director creativo de Fendi en Roma por aquella época, su dicho atestigua el ascenso de la capital de la Lombardía y urbe con tradición industrial del norte italiano como la cuarta capital de la moda y de Italia como el segundo núcleo productor de la misma en Europa y el mundo.
Aunque la fama de Italia (antes de 1870 fragmentada en pequeños reinos y ciudades estado) en cuanto a la producción de bienes de lujo se remonta a la Edad Media y el Renacimiento, con los gremios de artesanos marroquineros, textiles, orfebres y joyeros, su conformación como potencia dentro del sistema de la moda y polo de innovación, propuestas y tendencias se originó en la segunda mitad del siglo XX con el fin de la dictadura mussolinista y su apertura en los ámbitos creativo, turístico y el cinematográfico.
Si bien, entre finales del siglo XIX y principios del XX, Maria Monacci Gallenga había sentado las bases de una moda italiana sustentada en la tradición artesanal y el patrimonio histórico y artístico de la recién conformada nación, como hito definitorio en la concepción de su identidad nacional; o en las décadas de los 20 y 30 cuando Elsa Schiaparelli, entronizada en París, se había convertido en la primera modista nacida en Italia en alcanzar fama y reputación mundial, los primeros diseñadores que produjeron en Italia y exportaron un estilo propio surgieron en los años inmediatos al fin de la guerra.
La precarización y la deshonra producto de la Segunda Guerra Mundial, instigó en los pequeños fabricantes con tradición artesanal, los aristócratas empapados de las tendencias en moda de la época y el auge turístico impulsado por las élites estadounidenses principalmente, la necesidad de crear una industria que reflejara la fortaleza y el “nuevo rostro” de Italia ante el mundo, reforzada por el histórico destacamento de la nación mediterránea en la producción de bienes de lujo.
Las hermanas Fontana, maestras en el arte de la sastrería y la confección, la duquesa Simonnetta Colona di Cesaro, Emilio Schuberth y Emilio Pucci habían iniciado en los últimos años de 1940 una propuesta revolucionaria que empezó a adquirir matices que la distinguían del espectro dominante de la moda parisina con el surgimiento del New Look y el revival de la Alta Costura.
Entrada la nueva década, la división latente entre las antiguas ciudades estado comenzó a aflorar con Florencia, Roma y Venecia en una puja por conquistar el título de “capital de la moda italiana”; mientras Florencia y Venecia recurrían a su noble pasado, Roma con sus estudios Cinecittá, atraía una horda cinematográfica, tanto nacional como hollywoodense, que mitificaría más allá del filme de Federico Fellini, el modus vivendi decadente y hedonista de la dolce vita, recogido por Valentino Garavani.
Aunque Roma era la cuna de casas históricas como Fendi, Brioni o Fontana, la Florencia de Gucci y Ferragamo ganó notoriedad con los primeros desfiles de diseñadores enteramente italianos que el aristócrata y mecenas Giovanni Battista Giorgini comenzó a organizar en su solariega Villa Torrigiani y en el Salon Bianco del Palazzo Pitti posteriormente, hasta su muerte en 1965, los cuales exportaron el stile italiano y fundaron la próspera industria que en los años 70 tendría un auge mucho mayor.
El desfile del 12 de febrero de 1951, en el que Giorgini, un empresario perspicaz, citó a un exclusivo grupo de periodistas, editores, industriales y distribuidores estadounidenses supuso el primer éxito de la moda nacional. En ese entonces la propuesta fue vista como una alternativa al “estructurado refinamiento de la sastrería francesa y la comodidad informal y deportiva del estilo estadounidense”.
Los creadores italianos supieron otorgar al consumidor un producto accesible y cómodo, pero a la vez refinado y lujoso, gracias a una de sus mayores cualidades: la cuidada manufactura producto del saber-hacer artesanal que habitaba en el ADN del refinado espíritu artístico itálico.
En los años 60 el cine popularizó aún más la imagen y el estilo italianos en el mundo, instigando el deseo y aspiración. Es también en esa década cuando comenzaron a surgir los nombres que harían legendaria y objeto de culto a la moda de ese país: Valentino, Missoni, Cerrutti, Krizia, Etro y la renovación de firmas históricas como Fendi.
“Los creadores italianos supieron otorgar al consumidor un producto accesible y cómodo, pero a la vez refinado y lujoso, gracias a una de sus mayores cualidades: la cuidada manufactura producto del saber-hacer artesanal que habitaba en el ADN del refinado espíritu artístico itálico.”
Los diseñadores italianos abrazaron con fervor el pret-a-porter, cuando en Francia todavía se debatía su adopción entre los puristas de la Alta Costura. Maria Mandelli de Krizia y Walter Albini, uno de los modistas más solicitados de la época, basaron su éxito en adoptar el nuevo modelo y arrebatar la popularidad de la triada de ciudades favoreciendo el encumbramiento de Milán y el norte como centros neurálgicos de la moda de ese país.
La influencia de Milán quedó patentada con el traslado de la sede de compañías como Etro y el surgimiento de la generación del 70 con Giorgio Armani, Franco Moschino, Gianfranco Ferré y Gianni Versace. La peculiaridad de los creadores milaneses por sobre los demás modistos influyentes de la época estaba marcada por el ingenio, producto de su formación en otras áreas y que la mayoría poseían una herencia familiar en la labor artesanal, por lo cual su conocimiento en moda no era académico, más bien autodidacta.
De esa legión de diseñadores nació la leyenda del estilo y la moda italianos y la consolidación de la tercer mayor industria nacional de Italia, que en 2021, y aún con las afrentas derivadas de la pandemia de Covid-19 facturó la nada desdeñable cantidad de 88 millones de euros, correspondientes al % del PIB de la cuarta mayor economía de la Eurozona.
Más allá de su efecto económico, la moda en Italia representa una parte fundamental de la identidad de su sociedad, a instancias actuales resulta inimaginable el hecho de concebir la moda fuera del zeitgeist italiano, pues esta industria representa en muchos casos una extensión del orgullo nacional y una muestra del legado histórico que “el país de la bota” ha regalado a la humanidad.
Si hay algo que debemos reconocer a la moda italiana y a su evolución como un fenómeno dentro del sistema de la moda sería como un fenómeno peculiar que nació de la capacidad de resiliencia de sus sociedad en tiempos adversos y a la vez como una forma de mantener y difundir su rico patrimonio artístico, que ha aportado identidad y orgullo como nación.
Fernando De los Santos es redactor y creador de contenido junior y egresado del Creative Lab en Comunicación y Marketing para la industria de la moda y lujo de TALLER Fashion Development Project.