Diversidad en la moda ¿Verdadero cambio o sólo tendencia?

Diversidad en la moda ¿Verdadero cambio o sólo tendencia?

Se recuerda lejano pero todavía latente aquel 2019 en que la opinión pública vertida en las redes sociales (el termómetro actual de toda conversación “relevante”) se encendió cuando por diversos medios se filtraron los dichos de alguno de los ejecutivos de la hoy caída en desgracia Victoria’s Secret al anunciar oficialmente la integración de la modelo húngara Bárbara Palvin como uno de sus nuevos ángeles en formato “plus size”.

Las razones de los ánimos encendidos y la burla eran obvias para todo aquel que en su sano juicio no conciba a Palvin dentro del cánon corpóreo más realista en el cual se integran el grueso de la población de países como México.

Ese tal vez fue el batacazo final que se autoasestó la archiconocida firma de lencería antes del anuncio de su cese y una más que prematura resurrección con la promesa de “subir al tren de la diversidad”, fichando a ángeles más terrenales (la atleta y activista por los derechos LGBT+ Meghan Rapinoe entre ellas) en vez de aquellas mujeres que exhalaban una “perfección” que se antojaba un tanto absurda y hasta humillante para los consumidores promedio.

El “tren de la diversidad”, ¿un verdadero movimiento o una tendencia más? Casi como todas aquellas que en busca de mayor influencia en los medios y beneficios económicos se producen y desechan cada temporada.

El diccionario de la lengua española define la palabra diversidad en sus dos acepciones como la “abundancia de las cosas distintas o la variedad, la desemejanza y la diferencia”, algo que en la industria de la moda se traduce en décadas de reclamos por una mayor visibilidad de ciertos sectores sociales entre los cuales se pueden enumerar grupos étnicos y un crisol de espectros de la sexualidad y morfologías.

Sin embargo, a juzgar por los numerosos casos y la latente predominancia de lo caucásico en pasarelas, direcciones creativas, las voces del periodismo, editoriales y medios especializados en moda, dichos reclamos parecen haberse encontrado con oídos sordos hasta ahora, cuando la industria se ha visto más empujada que encaminada a asimilar las demandas y el acontecer social actual alimentados por la creciente y feroz cultura de la cancelación.

Resulta curioso que una industria la cual en no pocas ocasiones ha sido tildada de racista, cacomorfóbica y sostener un encarnado clasismo en todos sus ámbitos sea ahora una “pionera” en lo percibido por muchos más como una tendencia o una mera estrategia de marketing para la mayor atención en medios de las firmas y creativos, y de esta manera porten la etiqueta del coolness por encima de un verdadero cambio que renueve los cimientos de la industria.

En 2017 James Scully, uno de los directores de casting más solicitados hizo eco de su denuncia en plena semana de la moda de París acusando a Balenciaga y Lanvin de negarse a aceptar modelos de color en sus desfiles de esa temporada, algo un tanto caduco sí se toma en cuenta que un par de años atrás firmas como Gucci o Gaultier ya habían empezado a generar la revolución de las raras avis sobre la pasarela, modelos cuyo aspecto no encajaba demasiado con aquellos arquetipos sobre la belleza femenina y masculina.

Scully remataba la acusación con unas palabras que parecieran resumir la propia génesis de la moda “este nunca ha sido un negocio que pretendiera ser igualitario, sino que ha de ser aspiracional”, recogidas por Vanity Fair en su edición española en un artículo titulado ¿Es la diversidad en la moda pura pose?

Declaraciones como las del veterano director de casting han repercutido en la aparición de plataformas que ponen en el radar cuestiones como la representación de ciertos grupos que rompen los parámetros y convenciones en las temporadas de desfiles o en las publicaciones.

Ese es el caso de thefashionspot.com la cual lanza cada temporada reportes de diversidad en los cuales se incluyen observaciones acerca del porcentaje de personas de color, plus size, agender, queer, trans y demás que han ganado una aparición significativa dentro de la moda.

Aunque los números denotan un crecimiento en cuanto a representación si se toman en cuenta las estadísticas nada decorosas a principios del siglo XXI, estos todavía se llegan a percibir con un sabor amargo y tal vez hasta poco creíble cuando se siguen destapando casos escandalosos dentro de la industria impregnados más de fobias que de filias: los ya recurrentes comentarios que han hundido el mercado asiático de Dolce&Gabbana, las editoriales en la mira como es el caso de Condè Nast y su escrutinio tras el turbulento verano de 2020 que trajo consigo el Black Lives Matter en el cual rodó la cabeza de la editora en jefe de Teen Vogue y obligó a la todopoderosa Anna Wintour a comparecer en un mea culpa ante la falta de equitativa de personas de color en el equipo creativo de la revista más influyente de todos los tiempos.

Mención aparte merece la cuestión del género, pues aunque actualmente se aboga por una ruptura de los paradigmas de sexo y género la realidad de la aceptación de este nuevo paradigma no podría dejar de ser menos cuestionable, la modelo trans Hari Nef sentenciaba en una entrevista lo que en mi opinión parece ser el común denominador cuando las firmas pretenden abrirse o hacerse eco hacia el discurso de la inclusión:

“La moda ha convertido en fetichismo la diversidad en lugar de abrazarla”.

Las palabras de Nef dejan bien en claro que en la moda se perciben dos grupos bien diferenciados de personajes que enarbolan el discurso y las acciones en pro de la inclusión, la representación de las minorías y la diversidad en todas sus facetas.

El primero está compuesto por aquellos que genuinamente se sienten comprometidos en que este cambio de bríos repercuta en cada recóndito de la industria y en el segundo grupo se pueden encasillar a todos aquellos que han subido a ese “tren de la diversidad” a regañadientes, ya sea por un mero acto de obtener visibilidad traducida en popularidad y por ende en beneficios monetarios o están aquellos que “pavorosos” de la labor inquisidora del escrutinio público prefieren colgarse del sello de lo cool antes que morir por la cancelación con una carrera arruinada en un santiamén ya sea por un tweet mal intencionado en el momento menos indicado.

De eso sabe mucho la otrora editora de Harper ‘s Bazaar México, (el último gran escándalo de la moda mexicana) la cual dejó muy en claro que el tema en nuestro país sigue harto estancado y está más alejado de ser un asunto de intenciones genuinas.

Es así como la cuestión de lo diverso, lo incluyente, lo representativo ha tomado un giro donde se percibe más como una purga de todos los males que por años se encarnaron en las diversas expresiones e industrias (moda, medios, cine…).

Un discurso que ya en no menos ocasiones empieza a cansar y adquiere un tono frívolo y cuyas acciones no paran de notarse nimias y harto desangeladas.

Jorge Fernando de los Santos es colaborador de TALLER y miembro de la comunidad estudiantil en el Diplomado en e-commerce, influencer y marketing digital para la industria de la moda.